DecÃa un antiguo jefe mÃo, que no hay peor abogado, médico, etc (queda a su criterio la profesión elegida) que aquel que intenta actuar como tal pero no lo es; eso es lo que he apreciado los últimos dÃas al leer y mirar los reportajes respecto a la muerte del pequeño Borja López.
Primero que todo, aparecen periodistas, abogados e incluso padres de pequeños del mismo jardÃn infantil de Borja López, catalogando lo sucedido como un “accidente fortuito”. Es una convención mundial, cientÃficamente probada, que los “accidentes fortuitos” no existen. Los accidentes tienen dos orÃgenes, las conductas y las acciones inseguras o subestándar (cuando existe uno especÃfico para la actividad), incluso tratadistas del área de la seguridad han determinado que en las condiciones inseguras existe un 99% de responsabilidad humana para que ellas se produzcan. Dicho todo lo anterior y por duro que suene, aquà el destino o el azar no tienen nada que ver.
Detrás de la muerte del pequeño Borja hay responsabilidades que se inician por los propios padres, ya que es evidente que le entregaron la tarea de su transporte a una persona que, al menos, no tenÃa los medios ni la preparación para poder realizar esa actividad.
Por otra parte, la actuación de la parvularia Eugenia Riffo deja más dudas que certezas, todas ellas, en mi modesta opinión, con algo en común y es la poca preparación de ella para asumir tareas tan importantes, como es el cuidado de menores de edad. Aquà no podemos soslayar el hecho que un cartón universitario no constituye garantÃa de profesionalismo, puesto que ello también se mide tomando en consideración varios otros factores.
Aunque de una naturaleza distinta a lo sucedido con los mineros, aquà también se puede apreciar las consecuencias que tiene la poca observancia de las medidas de seguridad y prevención; no se trata de ser general después de la guerra, pero no hay que ser experto para entender que cuando se trasladan a menores de edad en las condiciones que la opinión pública esta conociendo, se está vulnerando toda posibilidad de asegurar su integridad fÃsica y al final de todo, era cuestión de tiempo que algo sucediera.
En resumen, las culpas no sólo están de parte de la parvularia Riffo, también hay una cuota en la levedad de los padres al elegir ese sistema de traslado para su hijo, e incluso del propio jardÃn, que aunque no lo quiera reconocer, generó las condiciones para que sus funcionarias establecieran esta “seudo” empresa de servicios de transporte escolar.
Si la justicia sólo centra su accionar en la parvularia, no se atacará a la totalidad de las condiciones que tuvieron como resultado la desgraciada muerte del pequeño Borja López, y la sociedad no asumirá que en este tipo de situaciones, hay múltiples causas en su origen.